MÓNICA ORNELAS
Libro de artista: El sueño todo, en fin, lo poseía
La coronación, autorretrato
Collage 23 X 19 cm.
Apropiación de la obra: Me. María de S. Joseph (Museo de Santa Mónica, Puebla)
El nombramiento, autorretrato
Collage 19 X 19 cm.
Apropiación de la obra: Sor María Bárbara del Señor San José (detalle). (Museo Nacional del Virreinato)
La visión, autorretrato
Collage. 23 X 19 cm.
Apropiación de la obra: Sor María Manuela de San Ignacio (Colección Fundación Amparo / Museo Amparo)
Retrato póstumo, autorretrato
Collage. 19 X 23 cm.
Apropiación de la obra: Magdalena de Christo (Museo de Santa Mónica, Puebla)
Portada y diseño de paginación
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Narrativa de ficción basada en relatoría y collage, ambas construidas bajo la estética del Barroco y mediante apropiación de pinturas novohispanas de monjas coronadas.
2000 – 2002
Trabajo de titulación como Técnico en Fotografía, Escuela de Artes Plásticas, Universidad de Guadalajara / 2002 / Mención honorífica.
BITÁCORA
Título tomado de algún verso del poema Primero sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz. En este proyecto formulé lúdicamente una construcción de mi propia identidad desde la recuperación y resignificación de obras artísticas pasadas, introduciendo la ironía como factor fundamental para desacralizar al arte que la Historia ―con mayúsculas― ha canonizado como tal. Llevando a cabo la práctica de la apropiación, jugué a inventar una personalidad del siglo XVIII. El autorretrato fotográfico y su conjunción con pinturas barrocas de monjas coronadas provocaron la narración ficticia de un personaje inventado: Sor Mónica de las Desventuradas.
La construcción de sentido provenía de una narración ficticia que adoptaba el tono de investigación histórica, y a partir de la cual parecían explicarse y adquirir sentido las propias imágenes. A través de esta práctica quise hacer patente mi resistencia a uno de los paradigmas que tanto han engalanado y engañado al ámbito de las imágenes, ese que dicta que “una imagen vale más que mil palabras”. En este proceso, y apoyándome en la larga trayectoria que tiene la fotografía respecto de la manipulación de realidades, pretendí testimoniar la crisis de las versiones oficiales que arroja la Historiografía toda vez que hace uso de los documentos, de la cultura material, para elaborar una demostración de verdades. “La verdad”, irónicamente, se mostraba como construcción ficticia.
Texto del libro de autor
“Los simulacros que la estimativa
dio a la imaginativa
y aquésta, por custodia más segura,
entregó a la memoria […]
que daban a la fantasía
lugar de que formase
imágenes diversas”
Sor Juana Inés de la Cruz
I
Tras una ardua labor de investigación gozosa ofrecemos, al fin, el fruto de varios esfuerzos concentrados alrededor de esta peculiar manifestación plástica en torno a la persona de Sor Mónica de las Desventuradas, monja que viviera hacia el siglo XVII. El actual proyecto, cabe la aclaración, tuvo por origen el descubrimiento de cuatro pinturas realizadas a la usanza de las monjas coronadas, lo que despertó gran inquietud en el mundo del arte sacro por varias razones, a saber: que una sola mujer, entiéndase monja, haya merecido ser retratada bajo este estigma en tantas ocasiones, ya que siendo de las representaciones barrocas más importantes en Nueva España y tradición que se extendiera en varios países de América Latina entre los siglos XVII y XVIII 1, deja constancia de toda una vida ejemplar digna de ser rememorada a través de la plástica.
Recuperando nuestra preocupación principal decíamos que lo destacable, a propósito del personaje en cuestión, es haberse visto retratada con tal insistencia. Debido a la grandiosidad que suponía hacerse acreedora de estos dos honores, el de ser coronada y el de ser retratada con motivo de la coronación, nos interesamos profundamente en iniciar una pesquisa en torno a ella. Así pues, presentamos, unido a las reproducciones de los cuatro retratos, nuestras reflexiones más recientes.
II
“y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí, mañosa, las representaba
y al Alma las mostraba”
Sor Juana Inés de la Cruz
Partamos de que son cuatro las imágenes que nos han sido proporcionadas por el antiguo convento de La Orden de las Desventuradas, en un gesto por rescatarlas del deterioro, no sin dejar entreabierta la sospecha de que pudieran haberse realizado más obras en torno a su persona.
Argumentando su gusto por las actividades plásticas, se ha llegado a suponer que algunas obras las llevara a cabo ella misma ya que, como es sabido, varias de “las pinturas de monjas fueron elaboradas por las mismas religiosas [aunque también] es muy posible que los retratos fueran obra de los talleres gremiales de la época”2 . En todo caso, y dado que no ha podido comprobarse la primera hipótesis, sólo resta atenernos al anonimato portado por los retratos, evento que, además, confirma el rasgo distintivo de lo anónimo en este tipo de trabajos 3.
Las cuatro pinturas que han sobrevivido a los avatares del destino corresponden a cuatro momentos importantes en toda vida sacralizada mediante la adquisición de los hábitos, siendo dos de ellos los más importantes dado el evento que en éstos se anuncia: el correspondiente al instante de la coronación, cuando se contraía el compromiso de los votos; y el que pertenece al incidente de su muerte (retrato póstumo), fenómeno concebido como la unión total con Dios. El segundo retrato compete a su nombramiento como abadesa, otro de los acontecimientos que demandaban la coronación, y el retrato 3 es una interpretación elaborada a propósito de los escritos donde describió personalmente cómo fue la visión que tuvo de Dios. Cuatro momentos son, entonces, representados a lo largo de una vida virtuosa. A continuación, los detalles informativos sobre cada una de las obras.
III
Retrato I: La coronación.
Esta representación corresponde al momento estimado como el primero de trascendencia en la existencia de la joven: la coronación 4, suceso ocurrido a la edad de 23 años de la, ya aquí, Sor Mónica de las desventuradas. En aquel momento, y como toda ceremonia lo exigía, realizó los votos propios de tal profesión, ésto es: los de clausura, pobreza, obediencia y castidad 5, uniendo a ellos por voluntad propia el de la paciencia. De esta manera y en el entorno ornamental de la ceremonia le fue coronada la cabeza, lo que simbolizaba que recibía el signo de Cristo 6. Como a toda novicia que se coronaba, también le fueron entregados “adornos y joyas en la ceremonia de profesión como símbolo del mundo que abandonaban y para el que morían según los hábitos cristianos; […] símbolo también de las ‘vanidades del siglo’ que rechazaban”7. Para fortuna de nuestra labor explorativa, nos fue abierto el acceso a contadas líneas de sus testimonios; aquí, algunos renglones:
y me sentí así, rodeada de tanta fastuosidad y en medio de aquella solemnidad suntuosa, que dudé por varios momentos “mientras entre escollos zozobraba confusa la elección”8. Ahora, viendo el retrato que solicitaran mis padres para portarlo como motivo de orgullo, parezco reconocer en mí la actitud propia del místico, esa disposición a cerrar los ojos para abrirme interiormente a la experiencia de Dios, de lo trascendente 9 . El pensamiento despertado al cobrar conciencia de que estaba yo contrayendo boda mística con Jesús, me fue revelado sin aparente explicación cuando “me dio a entender mi Señor […] ‘Tú eres mi esposa, y así como te tengo aquí retratada has de estar en tu vida” 10. Titubeando yo me encontraba bajo la voz del sacerdote que con las palabras “Prudentes vírgenes…”11 , nos exaltaba a tomar el camino para hacer de Dios nuestro Esposo; luego, la exhortación a decir mi edad y a revelar si mi estancia aquí era voluntaria o forzosa, me obligó a desprenderme de mi ensimismamiento y respondí a las tres llamadas que me hiciera el sacerdote para recibir la corona por Dios preparada para mí con especial dedicación. A esta invitación tenía yo que responder, y respondí: “porque conmigo es el ángel que custodia mi cuerpo”12 , y de rodillas, asumí que sería sierva y esclava de Cristo 13.
La ceremonia que aquí, en esta primera pintura se reproduce, fue finalizada con los cantos del coro, como todas según exponen las fuentes preservadas hasta nuestros días; de esta forma, la monja abandonaba su nombre y se hacía portadora de aquel que el claustro le confería de acuerdo a la orden a la que se integraba 14.
Ampliaremos la información añadiendo que el motivo de su ingreso al claustro conventual fue, como ella misma se encargó de referir en su correspondencia extensa, una clara y decidida búsqueda por “la tranquilidad [precisa] para desarrollar actividades como la lectura, […] la escritura”15 y aquellas labores recreativas con implicaciones y reflexiones del intelecto.
Retrato 2: El nombramiento.
Al cabo de los años, y como muestra de reconocimiento a la majestuosa tarea resuelta por nuestro personaje tanto hacia el interior del convento como para con la fe en general, le fue otorgado el nombramiento de Abadesa; de ahí el motivo de esta obra.
Retrato 3: La visión.
La expresión contenida en el retrato al que hacemos ahora referencia, nos parece una de las más logradas. En ella se intentó, según cuenta una inscripción al reverso del lienzo, traducir en imágenes la visión que tuviera la entonces abadesa de Las Desventuradas, cuando Jesús bajara a posesionarse de ella. Habría de ser apreciado su gesto en toda magnitud ya que contiene la ambivalente experiencia de quien ha sido llamada a advertir el éxtasis. Reproducimos fragmentos que ésta escribiera tras el trance, mismos que dan testimonio de la contradictoria vivencia por ella encarnada, tan propia de las almas de la época barroca y donde brinda, además, la panorámica contemplativa de los místicos:
Sea mi gozo en el llanto,
Sobresalto mi reposo,
Mi sosiego doloroso
Y mi bonanza el quebranto.
[…] En la oscuridad mi luz,
Mi grandeza en puesto bajo
[…] Mi honra sea el abatimiento
[…] En olvido mi memoria,
Mi alteza en humillación,
En bajeza mi opinión,
En afrenta mi memoria.
[…] Mi dignidad sea el rincón,
Y la soledad mi aprecio
[…] Aquí estriba mi firmeza,
Aquí mi seguridad,
La prueba de mi verdad,
La muestra de mi firmeza 16 .
Dos de los retratos que conforman esta colección, el uno y el tres -actualmente resguardada en manos de un particular que ha solicitado sea reservada su identidad- cuentan con una de las peculiaridades a ellos atribuidos: “las cartelas que aparecen en la franja horizontal de la parte inferior del cuadro. En este espacio solían anotarse los datos generales de la religiosa: su nombre -Sor Mónica de las desventuradas-, y el de sus padres -que sólo aparecen parcialmente ya que el paso del tiempo ha provocado tendenciosas veladuras, distinguiéndose en la actualidad algunos signos sustanciosos. Recientemente se ha iniciado una labor criptográfica para restablecer los datos-; la fecha y lugar de nacimiento -la consolidada perla tapatía, en Jalisco, 1972. Es de suponerse que fue accidente del pintor el señalamiento de la fecha ya que, como indicamos anteriormente y como es del dominio público, la abadesa vivió hacia el siglo XVII; y finalmente el nombre del convento en que ingresó“ 17, hoy llamado popularmente Exconvento del Claustro de Sor Juana, de La Orden de las Desventuradas.
Retrato IV: Retrato póstumo.
La inscripción en él presente, como era en todos los casos al tratarse de la representación de la muerte de la religiosa, es “una breve constancia de su vida ejemplar como modelo de virtudes que proclama la vida religiosa 18. El tema del triunfo sobre la muerte gracias a la vida virtuosa aparece”19 en este texto que exalta su vida ejemplar.
Especial curiosidad nos mereció este retrato en el que se expone “el encuentro definitivo con Dios [pretendiendo también] preservar los rasgos de una religiosa” 20 de tal magnitud, puesto que no porta entre sus manos uno de los detalles más sobresalientes dada la situación: la palma, símbolo de las “privaciones y renuncias de una vida concebido como un largo martirio, en especial la guarda de la castidad”21, misma que le fuera ofrecida en sus tiernas juventudes, al momento de su coronación, y que era habitual apareciera en las pinturas que representan el evento de la muerte.
Tras esta incógnita se desprendió una extenuante investigación para dar con el motivo posible de la ausencia de semejante elemento. Así, descubrimos una leyenda oral que nos fue confesada por una informante, en el propio exconvento que albergara a nuestro personaje siglos atrás; hablamos de la monja Gabriela. Esta religiosa nos refirió que ya en el lecho de muerte, cuando uno de los curas de la cofradía se acercó a la moribunda para darle los santos óleos y depositar entre sus manos la palma con la que habría de ser ésta pintada, Sor Mónica de las Desventuradas susurró que había dejado de ser merecedora, hacía tiempo atrás, de tal distinción:
-“… ¡y no sólo eso¡ –enfatiza Sor Gabriela según las grabaciones conservadas-, añadió que jamás se arrepentiría de dicho fenómeno. Dicen que el susurro se vio acompañado de una ligera mueca de gozo y de la exhalación de su último suspiro después del cual, el cura arrebató la palma que le había entrelazado en las manos, en un acto de breve violencia contenida. Todos los que presenciaron el acto juraron que aquel secreto no saldría de los muros del convento, y creo que así ha sido –refiere la monja- hasta este momento […] Dicen que al parecer –continúa pensativa- era imposible derribar una figura que tan sólida se había sostenido, de tal suerte que decidieron los altos rangos clericales sostener la imagen ejemplar de la mística”. Hasta aquí el testimonio.
Puesto que el pintor que había sido llamado “al claustro […] para realizar un retrato de la monja coronada en su lecho de muerte”22 se encontraba dispuesto para efectuar esta labor, se prosiguió a la confección del retrato póstumo, aunque sin palma. El cadáver no fue tocado al cabo de tres horas, como era tradición; una vez llevado al coro bajo, y dado el cargo que había desempeñado, fue exhibido ante la comunidad a largo de tres días para que se le rindiera homenaje23 . Una frase postrada en sus pies acompañó a la fallecida:
“el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo” 24.
IV
“en la quietud contenta
de imperio silencioso,
[…] rebelde determina
mirarse coronada”
Sor Juana Inés de la Cruz
Quisimos despedir esta breve crónica con palabras propias de Sor Mónica de las desventuradas que, nos ha parecido, contienen una de sus convicciones más arraigadas y con la que diera cuerpo a la subjetividad mística, fundiendo en ello “los sentimientos dolorosos con los placenteros”25 . Aun cuando podría suscitar la idea de una contradicción hacia los valores que pretendió seguir, sería pertinente fuera observada la siguiente cita textual como síntesis de una vida plena, como testimonio de una existencia que se hizo adornar con el carácter de todo ese período histórico que tuvo por leif motiv el lema: memento mori, recuerda que has de morir 26, y en el que verdad e ilusión se conjugaban en un espléndido artificio. En seguida, el fragmento:
… mi vida transita en una serenidad conquistada con firme empeño. Lo caótico de mi interior, es una sentida certeza, quedará atrás. Jamás, un sólo arrepentimiento, ni aun cuando he gozado y añorado esa otra, prohibida, patria celestial que me brindara por largo tiempo, uno de los más espléndidos y terrenales placeres.
Fuentes
Montero Alarcón, Alma. Monjas Coronadas, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1999.
Morales, Edgar. Sufrimiento y subjetividad en San Juan de la Cruz, en Religión y sufrimiento, UNAM, México, 1996.
Santa Teresa de Jesús. Poema Sea mi gozo en el llanto, en Obras completas, Ed. Aguilar, Madrid, s/f.
Sor Juana Inés de la Cruz. Poema Primero Sueño, en El Sueño, UNAM, México, 1998.
Carrasquilla, María Fernanda. Cátedra: Arte del Barroco en España, febrero – 2002, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, D. F.
Mendoza Cantú, Alina. Cátedra: Estética de la modernidad, agosto – 2001, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, D. F.
Mónica Ornelas
2000 – 2002, México, D. F.
__________
1.- Montero Alarcón, Alma. Monjas Coronadas, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México,
1999, págs. 9 y 10.
2.- Íbíd, p. 12.
3.- Ibíd, p. 13.
4.- Íbid, p. 10.
5.- Ibíd, p. 19.
6.- Ibíd, p. 19.
7.- Ibídem.
8.- Sor Juana Inés de la Cruz. Poema: Primero Sueño, en El Sueño, UNAM, México, 1998.p. 54.
9.- Mendoza Cantú, Alina. Cátedra: Estética de la Modernidad, agosto – 2001, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, D. F.
10.- Montero Alarcón, Alma. Testimonio de Sor Bárbara Josefina de San Francisco, p. 20.
11.- Ibíd, p. 23
12.- Ibídem.
13.- Ibíd, varias páginas. Aquí reproduzco, entre líneas y lúdicamente, la serie de actos de que se componía la ceremonia de coronación según Montero Alarcón.
14.- Ibíd, p. 24.
15.- Ibíd, págs. 18-19.
16.- Santa Teresa de Jesús. Poema Sea mi gozo en el llanto, en Obras completas, Ed. Aguilar, Madrid, s/f,
p. 766.
17.- Montero Alarcón, Alma, p. 13.
18.- Ibídem.
19.- Ibíd, p. 31.
20.- Ibíd, p. 10.
21.- Ibíd, p. 26.
22.- Ibíd, p. 26.
23.- Ibíd, p. 28.
24.- Sor Juana Inés de la Cruz, p. 14.
25.- Morales, Edgar. Sufrimiento y subjetividad en San Juan de la Cruz, en Religión y sufrimiento, UNAM, México, 1996, p. 130.
26.- Carrasquilla, María Fernanda. Cátedra: Arte del Barroco en España, febrero – 2002, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, D. F.
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